martes, 27 de agosto de 2013

La casa azul

Pocas cosas me han producido un placer instantáneo y tan repetido como la casa azul. Algunos llevarán de viajen a las alturas sus cejas, especialmente aquellos apegados a la CULTURA, al escuchar semejante afirmación, pero aquí no estoy hablando de calidad musical objetiva sino de simple y sencilla felicidad al escuchar música. 

Desde su maravilloso chiclecosmos que me hacía gritar eufórico mientras hacía footing por la quinta de los molinos, a ese pedazo de disco llamado la revolución sexual que me ha hecho  tantas veces y tan feliz: prefiero no, no más myolastan, mis nostálgicas manías, la revolución sexual, la nueva YMA... y es que todo el disco, en especial el comienzo es un conjunto de singles pegadizos como un chicle cheiw bien rosita, facilón, olvidable y sin embargo mágico.

Hace un año volví a redescubrirlos en su último lp, la polinesia meridional, que me pareció más maduro, pero igualmente energético, pegadizo, un homenaje a la juventud y a la alegría sin contemplaciones. Hora de enfundarse ropa de colores y bailar.
Y así me vuelvo a olvidar de ellos hasta que ayer, volviendo de viaje, exhausto, con esa felicidad que se siente cuando pensamos que algo muy bueno se nos acerca, apareció en un cd de recopilacions en mitad de la noche volviendo a mi odiado y queridísimo Madrid, y me puse a gritar que sí, mientras daba golpes en el techo del coche con la palma de la mano, que te recuerdo empapada en agua nieve, y qué claro, como no, que quiero, que me des un chicle cosmos, estúpido, ridículo, lleno de alegría simple y pegadiza.

jueves, 15 de agosto de 2013

El secreto de la felicidad

Aunque a todos nos ocupa, lo hace de tan diferente forma, que es capaz de presentar una serie de permutaciones casi infinitas. Siempre me ha fascinado la felicidad, que cada vez que llegáramos a ella por un camino, este quedará cerrado para siempre y nosotros sin embargo enganchados a esa forma de llegar a ella, como si hubiesemos sido hechizados. 
Porque la felicidad tiene algo de encantamiento, es ese lugar del que injustamente expulsados, sólo a un cretino se le puede ocurrir semejante castigo por una simple e inocente desobediencia, al que continuamente tratamos de llegar. Y lo más sorprendente es que lo hagamos alguna vez y no nos olvidemos del todo de tratrar de volver. 
Siempre me ha fascinado la felicidad, hace algunos años, una especie de feto de novela trató de escribirse a través de mí y el tema tenía que ver con úrracas encantadas y este esquivo reino del que antes hablaba. Los antidepresivos, los libros de autoayuda, las drogas, el amor, el arte, la sexualidad, los viajes y el deporte, por citar solo unos cuantos ejemplos, forman parte de este mismo campo semántico. Al menos del campo semántico de mi felicidad. 
Este verano estoy volviendo a ser feliz, con mi familia, con la vida tranquila, las campanas tocando a misa, las fascinantes cosechadoras, el mar, las siestas, el idioma inglés, la comida, en definitiva al haber alcanzado cierta resignación, resignación por no tener tiempo absolutamente para nada, ni para escribir este blog, ni para compartir cosas con mi amigos ni para hacer un montón de cosas que amo hacer pero que sin embargo ahora no puedo hacer y no pasa nada. Es tan hermoso cuando no se nada contracorriente de lo que la vida te va ofreciendo, es tan estúpido hacerlo y tan tentador, acaso por que anteriormente habíamos llegado a la felicidad de esa forma y olvidamos que no, que no se puede repetir, como tampoco se podrá repetir de esta forma que ahora aparece y que cualquier día, quizá cuando llegue el viento de otoño, desaparecerá para siempre, una llave más, una llave inútil para la puerta de acceso a este reino, una llave tan preciosa que cuesta entender no pueda abrir ninguna puerta.