lunes, 7 de abril de 2014

Diario del año de la peste: Daniel Defoe

La editorial Impedimenta nos ha regalado este clásico de la literatura en sus siempre bellos libros, con esas imágenes, ese tacto y esa fuente de letras tan ajustada a lo que todo lector desea. Desgraciadamente la edición contiene unos cuantos errores de descuido, incluido un terribe tubo del verbo tener que parece mentira haya sido pasado por alto. Además la introducción está escrita por un tipo cuyo desprecio por Defoe sólo parece encontrar parangón con la propia obra que tenemos entre manos. Y yo me pregunto... ¿no se podría elegir a un prologuista que ame la historia que luego se nos va a presentar? Es cierto que como casi siempre leí el prólogo después de la obra, pero si por un casual lo hubiera hecho antes acaso no me hubiera adentrado en la misma. Vale que el prólogo no es estrategia de marketing y que no influye tanto como la contraportada o las recomendaciones de otros autores, en este caso Márquez, pero toda edición gana con un prologuista que quiera la obra y que se presenta y más cuando la misma es un clásico ya. Y ya lo dejo. Este diario, que es falso, porque Defoe era niño cuando ocurrió la peste de 1665 en Londrés y sólo lo escribió cuando la peste arrasó media ciudad de Marsella y digamos que era un tema de moda (oportunismo avivado oportunamente en el citado prólogo), este diario, decía, narra los acontecimientos que tuvieron lugar durante dicho año como consecuencia de la epidemia que sufrió la ciudad de Londrés. Como periodista que fue, Defoe utiliza diferentes datos, especialmente los del número de muertos e infectados, su progresión y tendencias, pero también anécdotas, pequeñas historias, opiniones sobre el origen y la forma de transmisión de la enfermedad así como, pensamiento ilustrado, diferentes críticas a los pseudoreligiosos que especulaban sobre la enfermedad, inventaban remedios y protectores pero también a clérigos que salieron pitando a las primeras de cambio y por supuesto a la Corte de la que se dice no hizo absolutamente nada para combatir el mal. Es cierto, comó también dice el prologuista que hay muchas repeticiones y mucho caos en la narración, que la breve aventura de los jovenes que salieron al campo huyendo de la ciudad es interrumpida bruscamente y que el conjunto en general de cierta impresión de descuido en la empresa de la narración. Pero Diario del año de la peste es una obra de un gran interés, las primeras cincuenta páginas en las que se detalla como la enfermedad va surgiendo y extendiéndose ante el pánico de todo el mundo son una lección magistral de lo que el cine apocalíptico de holywood trata en vano de conseguir, esa sensación que padecimos en parte, (a otra escala claro) cuando la OMS aliada con el periodismo y las farmacéuticas nos alertaron en vano sobre la gripe A, esa sensación de que algo espantoso está a punto de suceder, algo que nos arrebatará nuestras vidas despiadadamente. De igual modo me han parecido muy conseguidas y emotivas las reacciones de la gente enferma, sus gritos, su desesperación, su locura y sus suicidios, en general todo ese muestrario que supone una auténtica guía del alma desesperada capaz de matar, de saltar por la ventana, de abandonarlo todo, pero también del alma heróica capaz de sobreponerse al miedo, y sobre todo esa descripción en ciertos pasajes de como la vida a pesar de todo continuó, en medio de la desgracia, la gente salvo en los momentos más extremos, seguía trabajando, paseando y tratando de normalizar su vida, en parte porque la desesperación termina por extrema que sea y al final en medio de ella se alza la cotidianidad, y eso se expresa muy bien cuando la peste remite su mortalidad y la gente descuida sus precauciones. El ser humano se precipita rápidamente a tomar medidas en la desesperación y rápidamente se precipita a abandonarlas. Eso, la ambientación de la calamidad, y la pintura del alma humana a través de la misma hacen que esta sea una narración tan imperecedera. Por unos días viajé por ese horror, me sobrecogí y me sentí feliz de no haber pasado por algo así. Por unos días aprendí algo más sobre el alma humana. Tras haber leído de Defoe y estar leyendo a Diderot, siento cierta envidia como profesor de literatura castellana de esas obras literarias. En nuestro temario no contamos con esos aliados que sin duda colaborarían mucho más a fomentar la lectura entre los jovenes. Por supuesto que tenemos grandes obras literarias, pero su lenguaje por antiguo se hace difícil a nuestros jovenes y la novela española salvo excepciones, que a veces sobrepasan por su estilo el entendimiento de un lector común, no consigue motivar el amor por la lectura de nuestros jovenes.

1 comentario: