Siempre me ha caído bien David Ferrer, incluso cuando le dijo aquella burrada a una juez de silla, o cuando discutía completamente desquiciado con su entrenador. Un jugador temperamental de sangre muy caliente que sin embargo con los años ha ido atemperándose y precisamente por eso consiguiendo grandes logros. Indisciplinado, tiene fama la anécdota de que probó un par de semanas como albañil hastiado por la falta de resultados, su entrenador de siempre Javier Piles, consiguió poco a poco ahormar a esa bestia bajita de ojos verdes capaz de hacer tres dobles faltas en un sólo minuto (algo que presencié en directo), increíble restador sólo superado por Nadal y Djokovic, luchador infatigable, correcaminos, humilde, el gran capitán de la Davis en los últimos dos años.
Ferrer, siempre tendrá que cargar con la losa de haber coincidido con Nadal, el mejor deportista español de la historia y uno de los mejores tenistas, y a pesar de trabajar y trabajar sufriendo ese terrible eclipse, no se ha rendido en ningún momento, en pocos deportistas he tenido las sensación de estar viéndole casi siempre al cien por cien, no tiene una calidad prodigiosa, pero es el más regular, siempre estará allí y supera a muchos de sus rivales precisamente por su constancia y esfuerzo. Este año ha ganado 72 partidos, es el jugador con más partidos ganados, siete torneos, la semana pasada el atp500 de Valencia y hoy por fin, después de doce años, su primer master 1000. Perdió tres finales en los dos últimos años, una con Murray y otra con su gran amigo y rival Rafaél Nadal, hoy ha conseguido ganar en París, no un Roland Garros que acaso hubiera merecido pero sí el Paris Bercy, precisamente sobre una pista que no es de sus favoritas, pero sí un torneo donde las estrellas llegan ya sobrecargadas de partidos y donde el inagotable e incombustible Ferru ha sabido aguardar corriendo como un loco de lado a lado, la recompensa que el tenis le debía. No es el mejor, pero es el mejor de los que no han sido elegidos por los dioses.
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