Pocas cosas me han producido un placer instantáneo y tan repetido como la casa azul. Algunos llevarán de viajen a las alturas sus cejas, especialmente aquellos apegados a la CULTURA, al escuchar semejante afirmación, pero aquí no estoy hablando de calidad musical objetiva sino de simple y sencilla felicidad al escuchar música.
Desde su maravilloso chiclecosmos que me hacía gritar eufórico mientras hacía footing por la quinta de los molinos, a ese pedazo de disco llamado la revolución sexual que me ha hecho tantas veces y tan feliz: prefiero no, no más myolastan, mis nostálgicas manías, la revolución sexual, la nueva YMA... y es que todo el disco, en especial el comienzo es un conjunto de singles pegadizos como un chicle cheiw bien rosita, facilón, olvidable y sin embargo mágico.
Hace un año volví a redescubrirlos en su último lp, la polinesia meridional, que me pareció más maduro, pero igualmente energético, pegadizo, un homenaje a la juventud y a la alegría sin contemplaciones. Hora de enfundarse ropa de colores y bailar.
Y así me vuelvo a olvidar de ellos hasta que ayer, volviendo de viaje, exhausto, con esa felicidad que se siente cuando pensamos que algo muy bueno se nos acerca, apareció en un cd de recopilacions en mitad de la noche volviendo a mi odiado y queridísimo Madrid, y me puse a gritar que sí, mientras daba golpes en el techo del coche con la palma de la mano, que te recuerdo empapada en agua nieve, y qué claro, como no, que quiero, que me des un chicle cosmos, estúpido, ridículo, lleno de alegría simple y pegadiza.
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