Si Marzo fue un mes pesado, lleno de kilómetros, de
indigestiones y de los nervios de una mudanza. Abril se ha
caracterizado por ser un mes ligero, tan liviano que apenas llegó y
apenas se está yendo. Un mes lleno de viento y, por fin, de lluvia.
Un mes con nieve, copos enormes, como personas casi centenarias no
recordaban haber visto en un pueblo de Soria. Abril será sobre todo
el mes en que mi hijo comenzó a hablar y el mes en que mi hija podía
nacer en cualquier momento, y esa felicidad latente, a punto de
hacerse doble, y luego el agradecimiento a la vida, y una falta de
miedo que daba miedo. Abril fue el mes de por qué otra vez, pero
también ya, por fin, y yo me entiendo.
Y volví a engrosar la lista del paro, del que se
hablaba todo el rato, crisis, crisis, bla bla blá, y comencé a
sentir que gente cercana estaba realmente jodida, algunos cercanos a
la desesperación. Abril fue el mes en el que el Madrid ganó por fin
al Barsa en el Camp Nou y a mí me importaba un carajo, porque todo
eran nervios y que todo salga bien. Y al día siguiente Nadal ganó
también por fin a Djokovic y ¿sabes qué? siempre nos quedará
Montecarlo.
Todo el rato llovía, o hacía viento y algo de sol,
pero no mucho. Comer algo rico me parecía enormemente placentero,
correr a ritmo de 5:40 una delicia, fue el mes de las galletas gerblé
y el té azul, pero también el mes en que odié la informática y
sobre todo en que entendí que todos mis constructos y muletas
mentales no servían absolutamente para nada, y que esa misma frase
tampoco. 34 años viviendo en un engaño. Y ese engaño tampoco
importaba.
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