Tras un episodio algo descafeinado en el que además se confirmaba un recurso algo fácil, pretendernos hacer creer que los tiernos e indefensos hijos de Ned Stark habían ardido por culpa de las malas mañas de Greyjoy, game of thrones ha vuelto a consfirmarse como uno de los entretenimientos más espectaculares que ha dado no sólo la pequeña sino la gran pantalla en los últimos años.
Todo el capítulo nueve de la segunda temporada está dedicado, por primera vez desde que arrancara la serie, a un mismo asunto, el intento por parte de Stannnis Baratheon de asaltar Desembarco del rey. El episodio es vibrante y recoge la esencia de la mejor épica, batalla sangrienta y fuertes pasiones. Es un muestrario de miedo, coraje, inteligencia, cobardía, desidia, picardía, despedidas, sangre, muñones amputados, lágrimas, fuego valkirio, agua negra, magia verde, cabezas cercenadas, flechas, espadazos, veneno, túneles, escaleras, arietes, barcos, mentiras, bondades, rescates, desesperación, besos, amor, avaricia, ambición, tambores de batalla, retiradas y un rostro, el del mejor personaje de la serie, que los espectadores de la misma nos resistimos a perder. Y una actuación absolutamente memorable, la de la madre del rey Jeofrey, perfectamente apoyada en un guión excelente.
Si la primera sesión tenía un presupuesto de 50-60 millones de presupuesto, esta segunda ha aumentado el mismo un 15% más, especialmente para cubrir la gran batalla a la que asistimos ayer. Estoy viendo Jhon Carter, una película que ha gastado cuatro veces esa cifra para mostrar un espectáculo vacío, sin más interés que el del mero pasatiempo. El espectáculo de game of thrones confirma que las series están arrebatando el trono del entretenimiento a las películas.
Todavía no he empezado ni con los libros, así que... Un abrazo y hasta pronto.
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